Un
domingo de diciembre ...
Notaba como me
quedaba sin aire mientras corría con el balón por el centro del campo,
esquivaba a todos los defensas y mi meta cada vez se encontraba más cerca…
veía las
gradas llenas de gente que chillaba mi nombre y me animaba a lanzar a portería.
Pero toda esa gente pareció esfumarse cuando la localicé; mis ojos se quedaron
atados a los suyos, perdí el control del balón y di varias vueltas dejando caer
todo mi peso sobre mi brazo izquierdo. Oí crujir el hueso y me retorcí de dolor
bajo la mirada expectante de todo el público. Vi personas acercándose a mí, la
vi a ella, y vi al entrenador, mi mejor amigo, Álvaro, y escuché que llamaba a
una ambulancia. El partido había terminado. Mi último pensamiento fue si sus
manos cálidas y suaves me habían llegado a tocar o solo me lo había imaginado.
Esa
noche de mayo mirando las estrellas ...
Por primera
vez en tanto tiempo, saqué de ese baúl lleno de recuerdos el nombre de mi
amigo. Era algo que nunca me había atrevido a hacer ni estando solo, ni al lado
de ella. Era como una antigua etapa de nuestra vida que había quedado sepultada
bajos los escombros, el temor y la tristeza. Era un recuerdo olvidado y a la
vez sin olvidar. Pero sobre todo era él, Álvaro, una persona que había
significado mucho en nuestra vida y se había ido significando aún más. Era
aquel amigo que siempre estaba ahí, al que no te da vergüenza llamar a las
tantas de la noche, con el que puedes contar para todo y para todo él cuenta
contigo.
Era: verbo
ser, tercera persona, singular, pretérito imperfecto, modo indicativo. Analicé
mentalmente este verbo que ante todo era pasado. Una palabra que dolía, porque
sabía que nunca volvería a ver a Álvaro, ya jamás sería ese entrenador al que
todo el mundo quería, ya nunca sería aquel chico rubio, de ojos azules, tan
envidiado por todo el mundo, simplemente ya no sería nunca nada, ni nunca
llegaría a cumplir sus sueños. Solo me quedaba un único deseo por cumplir, un
favor por Álvaro que traería nueva tristeza renovada a Nuria… pero ese último deseo se iba a cumplir, y
faltaban pocos días para que el mundo de ella volviera a derrumbarse. Sabía que
yo la amaba, la quería un montón, y también sabía que si le entregaba esa carta
ella se volvería a llenar de dudas, volvería a querer a Álvaro aunque este ya
no pudiera estar a su lado… Pero, aunque me doliera tener que hacerla pasar por
esto, me doliera pensar que podría olvidarse de mí para volver junto a él en
sus pensamientos, aunque todo aquello me doliera y me matara por dentro, lo
último que haría en este mundo sería no hacerle este último favor a aquel que
siempre había estado a mi lado cuando lo había necesitado. A cambio de todo
aquello, él nunca me había pedido nada, y ahora que ponía precio a todo lo que
había hecho por mí… no pensaba echarme atrás.
Ahora no.
- Álvaro te quería muchísimo – dije. Creo que sin pensar por qué
decía esto, únicamente deseaba decir el nombre de mi amigo en voz alta. Lo
necesitaba.
Su sonrisa y
su risa murieron al escuchar su nombre. Volvió a mirar las estrellas, y se fijó
en una que resplandecía con mayor fulgor entre todas las del firmamento. Supe
que pensaba que él era como esa estrella, un chico que no pasaba desapercibido,
un chico que brillaba con luz propia … algo de lo que carecíamos todos los
jóvenes, no haciendo más que copiar los pasos de otro para parecer mejores, no
pensando por nosotros sino por lo que piensen los demás. Él era diferente. Él
era como esa estrella. Único.
- Se parecen – dije y ella me entendió perfectamente.
- ¿Sabes? Llevo mirándola noche tras noche desde todo aquello… hay
noches en las que no consigo dormir y paso las horas mirando como brilla, como
es, mirándola. Y tengo la certeza de que sí, de que es como él.
Un nuevo vacío
comenzaba a crearse en mi cuerpo, mientras iba soltando frases y frases sobre
mi dolor por haberlo perdido. Por una vez me estaba desahogando. Todos habíamos
guardado nuestros sentimientos bajo llave bien encerradas en nuestro pobre
corazón durante mucho tiempo y ya iba siendo hora de soltarlos y dejarlos
correr.
Un
domingo de diciembre...
Levanté
notando como la habitación me daba vueltas, me daban punzadas en la cabeza. Era
como la resaca de un viernes noche en el que te acuestas, después de haber
bebido, a las cinco de la mañana. Esto confirmaba que el brazo no era el único
sitio en el que me había golpeado. De nuevo volvió a mí el recuerdo del partido
que acababa de fastidiar y era una nueva señal de que esa chica me volvía loco.
Con solo mirarla había perdido el control del balón, había rodado por mitad del
campo, me había fracturado (seguramente) el brazo, me había causado un perfecto
dolor de cabeza, y por último, había echado a perder toda la esperanza de
ganar.
Escuché unas
risas, una aguda y otra grave. Las reconocí de inmediato. Sentí rabia hacia mi
amigo, me lleno de furia escuchar como él podía tontear con ella mientras yo
estaba aquí tumbado y él no se preocupaba por mí. Pero todo mi estado de ánimo
cambio cuando la vi y cuando Álvaro me reveló como había llegado Nuria hasta
aquí.
- Hola – dijo ella un poco cortada.
Me limité a sonreír,
pues las palabras que intentaban salir de mi garganta se ahogaban en un intento
fallido.
- Carlos, después ya te llamo que me
he acordado que tengo que ir a… - sabía
que no tenía que ir a hacer nada que solo quería ayudar y supe que siempre
sería así, además ¿Qué iba a hacer Álvaro que tenía veinte años con Nuria, una
chica de quince? Me pregunté en ese momento – a hablar con los del equipo,
adiós.
- Adiós – dije yo sonriente.
Cuando ya
estaba saliendo de la habitación lo miré y me guiñó un ojo, lo sabía, todo
había sido un plan para dejarnos solos y cuando ya estaba fuera gritó.
- ¡Pasarlo bien! - escuché como varias personas le regañaban
pidiéndole un poco de educación, pero él era un chico que hacía lo que fuera
por sus amigos y ya lo había demostrado en muchas ocasiones.
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